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Pero si 1992 fue complicado, imagínense los tres años siguientes, en los que nos vimos envueltos en una maldita crisis y en los que cada vez se me hacía más difícil el papeleo. Finalmente decidí contratar una gestoría, porque no sabía muy bien cómo manejar todo aquello con un solo ordenador, que además se me había infectado un par de veces con virus informáticos que traían los disquetes, aquellos floppy disk que hoy parecen la prehistoria.
La última amenaza era un virus llamado Michelángelo, que el 6 de marzo se activaba y empezaba a borrar datos como loco del ordenador. Así que compré otro PC, más actualizado, con el nuevo programa Windows 3.1, y a puntito estuve de pasarme al Macintosh, porque algunos colegas que lo usan desde el principio con el sistema operativo Mac me dijeron que tenía una posibilidad bastante menor de ser infectado. Pero al final la cooperativa impuso sus reglas y me compré lo que me dijeron que había que comprar por leasing, algo que a mí me sonaba a lisado glicólico de la Neisseria perflava, que es lo que llevaban unas vacunas para el catarro que se ponía la gente después del verano, con más fe que resultados, y que no impedían vender anticatarrales durante todo el invierno.
Por aquellos años empezaron a asomar los genéricos y, en el terreno de las nuevas tecnologías, la bidireccionalidad que me permitía saber si la cooperativa tenía un medicamento en stock en alguno de sus almacenes. Pero lo último de lo último, de lo que todo el mundo se hacía eco, era Internet, algo que no sabíamos muy bien qué era por aquel entonces ni hasta dónde iba a llegar, aunque en principio parecía interesante poder acceder a información sin moverse del asiento.
De otra cosa que se hablaba y luego en el futuro se vio que con razón —era de farmaeconomía. Realmente la economía es una de las disciplinas que tendríamos que dominar todos los farmacéuticos, si queremos sobrevivir en este mundo competitivo, al menos eso nos decían entonces. Pronto nos enteramos de que solo era útil a la industria para conseguir precios más altos, y que lo nuestro era la gestión económica integral de la farmacia, algo bien diferente.
Y esos años se habló también de competitividad, porque cuando parecía que nuestra salvación podían ser los productos no financiados, resulta que empezaron a abrirse en España los Farmashoping, al amparo de la normativa europea liberalizadora que permitía comercializar productos de la línea parafarmacéutica en hipermercados o tiendas especializadas, sin atención o servicio profesional. Y si al principio lo hicieron tímidamente, al punto empezaron a proliferar. Pronto se vio que, habiendo farmacias, no hacían falta los Farmashoping, y fue algo que sufrieron en sus propias carnes algunos farmacéuticos imposibilitados de abrir farmacia.
Yo viví la experiencia en mi barrio, y en la misma acera de enfrente, cuando me abrieron una parafarmacia con cruz y todo. Aunque azul, lo cierto es que algunos de mis clientes se equivocaron de puerta en más de una ocasión.
Y si la entrada «histórica» del libro Venturas y Desventuras de la farmacia del Dr. Enrique Granda os ha gustado, podéis disfrutar de todas las anécdotas y del repaso de la historia en este libro descargable disponible en nuestra Farmateca.
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